Robert Parker: On Greek Religion (= Townsend Lectures/ Cornell Studies in Classical Philology; Vol. LX), Ithaca / London: Cornell University Press 2011, XVIII + 310 S., einige s/w-Abb., ISBN 978-0-8014-4948-2, GBP 46,50
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Este libro surge de las Townsend Lectures en Cornell University. Como es propio de las obras surgidas de una serie de conferencias, trata los puntos clave sin las divisiones convencionales del manual, con prosa fácil y organización clara derivados de su origen oral, junto a un notable aparato erudito que sustenta la versión escrita. Como indica la preposición del título, no es un tratamiento exhaustivo ni sistemático de la religión griega, sino un ensayo centrado en los temas problemáticos. Sin embargo, en un campo en el que los materiales son inabarcables, heterogéneos y llenos de lagunas (como "un gran archipiélago en el que sólo unas pocas islas son habitables", p. viii: traduzco las citas para facilitar la recepción del libro entre el público hispanohablante), casi todas las cuestiones cruciales son difíciles.
Sobre ellas son de innegable utilidad los juicios de Robert Parker, fundados en su vasto conocimiento de las fuentes antiguas y la bibliografía moderna en múltiples lenguas, y en su gran capacidad para exponer tendencias generales y casos particulares. Son opiniones siempre muy cautas, en las que cada interpretación se valora siempre con conciencia de sus límites y de las cuestiones que quedan sin explicar. Su uso de modelos heurísticos no es dogmático ni unilateral sino constructivo, es decir, los aprovecha para "pensar con y contra ellos": e.g. el estructuralismo (88ff); la "religión de la polis" (57ff).
El libro comienza con un breve prefacio que, con típica precaución, ofrece un elenco no exhaustivo de temas omitidos. Siguen siete capítulos y cinco apéndices sobre cuestiones particulares. En los dos primeros capítulos expresamente, y en varios lugares de los restantes, Parker caracteriza la religión griega por contraste frente a las categorías religiosas de nuestro tiempo. Una vez advertido el riesgo de distorsión, y recordado que lo que choca a una rama del cristianismo moderno puede ser familiar a otra, este método expositivo es legítimo y clarificante.
El primer capítulo, "¿Por qué creer sin revelación? " usa términos provocativos para matizar el significado de la "creencia" en la religión griega. La prueba más evidente de que los dioses existían era la experiencia directa de su ordenación de un cosmos en que el piadoso recibe premio y el impío castigo: las epifanías, manifestaciones excepcionales de lo divino, refuerzan esta percepción en momentos de crisis. La única forma de revelación, la oracular, participa de este carácter empírico, pues no es una revelación teológica sino respuesta a una pregunta particular. Los textos sagrados (e.g. órficos) tenían un carácter marginal y alternativo. Centrales en cambio para formar la imagen de los dioses eran los mitos contados por los poetas, pero no tenían una versión canónica ni estable. La especulación sobre los dioses era libre con los límites impuestos por la aceptabilidad social de respetar la tradición - lo que desembocó en persecuciones en ocasiones muy puntuales (y por ello famosas).
El capítulo 2, "Religión sin una Iglesia", describe las formas de autoridad en una religión sin otras instituciones que la propia ciudad. Para decidir cuestiones religiosas (e.g. introducción de un nuevo culto) se consultaba a los expertos, pero la decisión la tomaba la ciudad. Los sacerdotes son los especialistas religiosos por excelencia, con frecuencia magistrados, pero no son los mediadores entre lo divino y lo humano.
El capítulo 3 estudia los principales problemas de interpretación que suponen los dioses griegos, en torno a la sempiterna cuestión del politeísmo: la unidad y multiplicidad de lo divino, tanto del panteón entero como de cada divinidad, pues a todas les caracteriza una gran variedad de dimensiones y nombres en la literatura y el culto. El sentido común británico es un gran instrumento para estudiar sin maximalismos un panorama complejo y con frecuencia incoherente: e.g. "la línea entre el dios como causa de un fenómeno natural y el fenómeno natural mismo es fina y sin duda no vale la pena dedicarle esfuerzos agónicos" (77).
El capítulo 4 se ocupa de los héroes, el amplio abanico de seres mortales con poderes divinos. Funcionalmente similares a los santos del cristianismo en la práctica cultual, al menos en ámbito católico popular (104 n.4), su teorización revela muchas diferencias: p. e. el poder propio de los héroes, no intercesor ante los dioses, o su biografía, basada en hechos asombrosos más que en su excepcional piedad. Parker matiza la habitual interpretación política que analiza los cultos heroicos en términos de interés local y enfatiza en cambio la experiencia individual y colectiva del poder de los héroes.
El capítulo 5 se centra en el ritual de sacrificio, más un problema moderno que antiguo (aunque no es cierta la afirmación de que no hubo oposición teórica al sacrificio antes de los neoplatónicos (125): Empédocles, por ejemplo, vincula explícitamente su rechazo a la reencarnación). El debate en torno al sacrificio griego se ha focalizado en las teorías de Burkert y Vernant, centradas, respectivamente, en matar a la víctima y en comérsela en común. Parker, crítico constructivo de ambos, prefiere aproximarse al sacrificio como un canal de comunicación entre hombre y dios, en que el mediador, el animal, se transforma en símbolo (133).
La experiencia de las múltiples y heterogéneas fiestas religiosas (cap. 6) supone mayor dificultad para categorizar. La heortología griega es tan incómoda como su nombre, y sin embargo es demasiado central para soslayarse (175). Parker opta por acercarse primero a los principales acontecimientos ("plots") relacionados con los dioses que se celebraban con la consecuente experiencia: la llegada del dios propicia epifanías; su muerte o desaparición, actos de lamentación ritual; el renacimiento, esperanza en la cosecha. Luego describe varios tipos de acciones humanas en las fiestas: p.e. la celebración de la ciudad, o rituales en que las reglas del decoro y la jerarquía social se invertían temporalmente.
El capítulo 7, "las variedades de la experiencia religiosa griega", versa primeramente sobre el modo en que la religión se experimentaba dependiendo de la ciudad, la clase social, el género, o ciertas profesiones especiales como los marinos. Después, sobre las posibilidades religiosas entre las que un individuo podía elegir (sin exclusividad). Los misterios, los destinos especiales tras la muerte, y la magia ocupan unas pocas páginas en este lugar. Esta flexibilidad conforma una religión que consigue la cohesión social de la polis y la comunicación con lo divino sin necesidad de insistir en una determinada concepción de cómo es el mundo sobrenatural. En el párrafo final, Parker reconoce su simpatía por tal liberalismo religioso (sin usar esta anacrónica expresión).
Quizá esta transferencia entre el autor y su materia sea más importante de lo que puede parecer. Su desinterés por la vida de ultratumba (xii) o las formas de "puritanismo" (255: "paso apresuradamente") no parece sólo reflejar, sino maximizar, el desinterés de los propios griegos. Pero cierta proyección es inevitable en quien investiga con pasión y pone el foco en lo que más le llama la atención. Y su mejor fruto es quizá el cuidado en evitar generalizaciones o imponer perspectivas unilaterales. A. D. Nock dijo que "sin exageración y excesiva simplificación poco progreso se puede hacer en la mayoría de los campos humanísticos". Parker demuestra que sí se puede.
Miguel Herrero de Jáuregui